sábado, 16 de abril de 2011

Cosas que pasan

Dos paquetes de azúcar era todo lo que almacenaba la alacena. Y fuera perfecto de no ser por que soy diabético y esa azúcar es del compañero mudo que nos ayuda a pagar la mensualidad de este caro apartamento. Tuve que aprender lenguaje de señas para poder entenderlo, no me quejo la verdad, con el inglés y el español sería ya el tercer idioma que aprendo. Es buena persona, en realidad, pero parece que no termina de entender que es mucho mejor para los dos si compra menos azúcar y aprende a comer comidas para celiacos. Tengo que salir a hacer compras.

En el caro apartamento del centro de la ciudad, justo al lado del parque central, vivíamos 4 personas. Ya os mencione al mudo (y así lo llamamos todos) que además de ser mudo tenía dotes de jardinero y cultivaba desde cannabis hasta tomates en un huerto, había plantas por doquier, al igual que oxígeno, y muchas frutas frescas para el desayuno. Pues estaba también yo, mi novia, una profesora de educación especial (si, mención sordo-mudo) que le gusta compartir su tiempo libre enseñándome el lenguaje y su hobby principal: Ser bombera voluntaria del centro comunal. No está mal. Una fantasía menos en mis haberes carnales. Aunque a veces pienso que también la fantasía de los demás. Eso no viene al caso, lo interesante es lo que ahora les voy a contar, se trata del cuarto sujeto que con nosotros vino a parar y por supuesto, nos ayudaba a pagar el caro apartamento en el centro de la ciudad, al lado del parque central.

Soy periodista, y tengo la costumbre de dejar por todos lados diarios y revistas, recuerdo que ese día peculiar tuve una discusión con mi novia bombera, para variar:

- ¡Pero bueno, no te dije que trataras de dejar eso en un lugar menos visible! ¡Diarios, diarios y más diarios por todos lados! ¡Con media ceniza prendida nos vamos todos al carajo! – Me decía casi echando espuma por la boca (mala costumbre de hablar mientras se lava la boca).
- Pero bueno mi amor, tranquila, tu sabes que eso además de leerlo yo lo hojea todo el mundo – Justo en ese momento el mudo entró corriendo a la sala para agarrar una revista de política (no sabía que era su rollo) y luego irse más rápido al baño (eso explicaba todo y además defendía mi argumento).
- Hay que ver que este mudo es oportuno. Vamos a hacer algo mi amor, yo termino de escribir este cuento que estoy escribiendo y de inmediato me pongo a ordenar todo esto.
- ¡Más te vale! O dejo esta noche el uniforme de bombero en el centro comunal (sentí el golpe en la gónadas)
- No tienes que hacer eso, yo te compre uno, pero bueno, el tuyo es el original, entiendo que el que yo te dí no lo quieras usar. - Argumente.
- No es eso, es que me pica… en fin, arregla eso antes de que llegue el que nos alquila.

No entendía mucho su pasión por el orden en la sala, sus cajones parecían como si en vez de revisarlos les tirara una granada y escojiera para ponerse lo primero que atrapara, pero es normal, supongo, soy muy desastroso con las cosas que me gustan, me siento cómodo en el desorden general. Y el mudo también. El cuarto habitante era un misterio, para mi novia, para el mudo y para mí; así que no sabría decirles si les gustaba el desorden de mis revista, dormía más de día que de noche, de noche salía y llegaba cuando todos dormian, pero cocinaba muy bien, conseguía buenos quesos y cigarros y jugaba a ser un hipnotizador: Más era lo que te miraba que lo te hablaba. Un día fuimos con el mudo y mi bombera a buscar unas flores para hacer clones y hacerlas crecer en su jardín interno, al parque, ese de plantas por doquier también, como el apartamento, y este cuarto hombre se vino con nosotros, fue interesante, nunca hablo, pero tuvo un duelo de miradas con un labrador dorado que lo miraba fijamente. A él. Estuvieron así un rato. Yo no sabía que hacer. Mi novia ya no encontraba la forma de burlarse de el. El dueño del perro estaba asustado y algo cohibido. Yo le decía que no se preocupara, que el cuarto decía mucho con la mirada, mientras le daba un cigarro de los que el cuarto tipo me daba.

Pero ese día lejos de acomodar nada, apenas el mudo salio del baño, un par de señas hizo que nos pusiéramos mejores ropas y saliéramos a tomar unos tragos. Ya borrachos, como 20 minutos más tarde (ser diabético no ayuda y el mudo es de codo fácil), sentimos el alboroto y la sensación de cómo media cuadra de gente se aglomeraba en el frente del edificio que daba al parque central. El mudo y yo nos miramos sin intercambiar palabras y echamos a correr y dejamos la cuenta olvidada (ese es otro cuento). Al llegar a la entrada de nuestro edificio, de nuestro caro apartamento al lado del parque con plantas por todos lados, vi por primera vez a mi novia en acción sujetando la manguera mas grande que la haya visto sujetar apuntando un potente chorro de agua directo a nuestro hogar.

Las llamas consumían desde el cuarto hasta la sala de estar, del piso 7mo, 8vo y 9no del edificio del centro de la ciudad. El mudo desesperado no sabía que gritar, incluso me golpeaba para que ver si alguien le prestaba atención pero yo estaba embelesado viendo a mi novia en acción mientras la caradura me gritaba, agitada y toda mojada, que donde coño estaba yo.

El incendio se controlo. Vinieron ambulancias, patrullas, defensa civil, más bomberos y hasta la televisión. Sacaron en camilla y con respiración a ese cuarto hombre que con nosotros vivió. Pasando cerca de mi, mi mano sujeto, se quito la mascarilla y su secreto me contó:

- Intentar incendiarse es lo de menos, cuando estando vivo ya sientes el calor de mil infiernos. Es culpa de ese maldito perro. Que me dijo que en la vida los demás son lo primero… me sentí muy egoísta y decidí prenderme fuego. Adiós amigo, que esto sea un hasta luego.

Y hasta el día de hoy, no hemos podido conseguir un apartamento tan bueno como ese. Con esa vista tan buena y ubicado cerca del parque y sus fuentes. Ahora vivimos en los suburbios, mi bombera, yo y el fiel mudo, tratando de encontrar a otro que ayude a pagar el loft/estudio. Hasta la noche de hoy me sigue pareciendo egoísta la decisión del cuarto tipo que nos ayudaba a pagar la renta, y casi no usaba su cuarto, de suicidarse y quemar todo. Quizá la conversación con ese labrador dorado fue mas profunda de lo que cualquier mente espera. El cuarto no pudo llegar al hospital, murió en manos de los paramédicos en faena y suicidio dijo el forense (que otra cosa si no).

Yo solo espero que no este en el infierno purgando su condena y que ese extraño labrador dorado le haya perdonado sus penas porque su despedida fue un hasta luego y yo todavía morir no quiero. Y que mi novia no se entere que todos esos diarios y papeles, combinados con el cuarto tipo y la lumbre de su encendedor Zippo, hayan incendiado nuestro apartamento y casi todo el edificio.