martes, 21 de diciembre de 2010

Zaratustra

Estaba cada vez mas apartado, más solo, no lograba comprender como o porque se sentía mucho mejor solo, alejado de la gente, del ruido, de las tonalidades de grises, los autos negroamarelos que abundaban en todas las calles de la ciudad, incluso en esas tan angostas en la que solo hay espacio para ir hacia adelante, solamente. Tenía años en su retiro. Que ganas tenía de ir hacía adelante, solamente. Pero sabía que el ambiente tosco de una ciudad que quiere crecer pero se estanca lo rodeaba, y las consecuencias de algunas propias hacías no muy bien pensadas, mas bien impulsivas, pero con sincero arrepentimiento (y a veces pesar fuerte en la consciencia) le convencían, justo cuando creía lo contrario, que se seguía convenciendo de estar cada vez mas alejado. Se alejaba, se encerraba en su soledad, y la disfrutaba. La sentía suya. Soledad para que su apreciación de las cosas, de la vida, siga estando íntegra y no sea contaminada por agentes externos presentes en la ciudad. Sabía que el veía las cosas diferente. Pero no diferente. El simplemente veía otra cosa, esa otra cosa que los demás no veían; aparte, claro, de ver también las cosas que todos veían. En eso radica la importancia, y también la necesidad, de gozar, disfrutar y respetar a la soledad. A la Pura Soledad. A esos momentos que la compañera no reprocha en su silencia ni afirma con un grillo. A los momentos que mas bien le intriga al decirle que afuera tiene un mundo por descubrir y que no está dispuesto a esperar por el. El duda, desespera, no puede concebir al mundo si el mundo puro no fuera, y se asusta, pero infla el pecho, mas por orgullo de animal integral que por valentía, pero se anima a recorrer la ciudad, para empezar a salir de su soledad, regalar un poco de luz y sabiduría. Como aquel super hombre, Zaratustra, por las cuevas y bosques gérmanicos. Super hombre, q más q hombre era alma-fuego-tierra-viento-agua-y ser; un ser también puro, aunque no un super ser, es este mi compañero que se atreve a salir de su ostra de natura en medio de dura jungla y enfrentar para conocer a esta ciudad de concreto que fácilmente sus secretos ninguno lo no va a ceder. Inocente es este ser, convencido en su saber, que lo que tiene para decir muchos lo van a entender, no es dificil lo que este Ser ha de hacer si en tamaño se refiera, un grano de arena de su causa es tan grande como la hermosas ballenas azules barbudas del sur del continente americano, que cada vez son menos, si no es por caza es por falta de su ambiente, ese ambiente que destruyen muchos hombres incoherentes. Y ese Ser no pudo entender como el mar desechos bien supo acojer, quiza sin desearlo, le impusieron ese cambió y el mar cambió con el. Dejo de ser un mar para ser del hombre un pozo. ¿Por que sacrificaría el bello mar sus aguas? Se preguntaba el Ser, no podia concebir que el hombre a la natura no le fuera fiel. Mientras mas avanzaba en la ciudad, en su espiritu elevado, el Ser noto los cambios en las reacciones del ser humano. ¿Cuanto tiempo estuve lejos, rodeado de animales y bosta? ¿Esos bellos robles, mis ombúes curvos, mis sauces llorones? De las ideas, de la pureza de lo que me rodea. Cuando en la ciudad es que se cuece con candela y se atiza a la avaricia, al prejuicio y a la condena. ¿Hombre deseando lo ajeno cuando en la tierra encuentra pampas cubiertas de prado, vacas y avena? El ser no entiende. ¿Que pasa con la vida? Entre aturdido y mareado ordena mas sus sentimientos que sus ideas: creía que sería una lucha medida y no tan dispareja. En la ciudad se cocinan los caldos sin olla y puro la candela. ¿Cuando en su soledad, en su natura ancestral, tuvo el Ser que maldecir por tiempo no tener o por pronto acabar, o preocuparse por que el águila le comió un manjar? Sabía el Ser que lo que se apremia es por que antes un esfuerzo fue, más facilismo y oportunismo en la ciudad es fácil ver. Después del asombro y de recomponerse de la horrible primera sensación que le dio la compañia, el Ser se dispone a seguir trazando su huella para descubrir si en las estrellas duermen sirenas como le dijo el buho un día. Hermosas sirenitas, picaras y con carisma, que duermen en los brazos de la estrella que las cobija. Pero la ciudad se rie de el, Ser no puede entender. Le dicen que esas estrellas puro gas y fuego han de ser. No lo puede creer. Para el Ser serán la cuna de las sirenas de la imaginación de su placer. Es que el Ser ya no sabía que lo aprendido algún día sino va con la mayoría te reniegan enseguida y así la soledad, eterna y servil compañía, le recuerda que es lo que sabe lo que lo va a salvar un día. Ser sería un loco a los ojos de la rutina pero sus retinas siempre miran hacía adelante y hacía arriba, como queriendo gritarle cosas a las palomas y golondrinas: Vuelen alto y nunca vuelvan, quédense en la natura pérdida, que hacer del mármol de las columnas, el árbol ramas y madera, el nido nunca calienta pues el mármol siempre enfría. Y es un loco, en teoría, Ser que deambula por la acera, en harapos, la boca abierta, a pesar de sus venías, sus odiseas comparables con las más viejas y bellas ruinas: Cimientos siempre fuertes para no soportar del tiempo la travesía. Es un loco por que no acepta de la natura la lejanía y la travesía en la ciudad, en la que lleva toda su vida, solo le hace desear más alejarse de las avenidas. De la gente. No entiende como todos siendo iguales, son tan diferentes. Iguales entre sí. Diferentes para con ellos. Ser encuentra a la igualdad perdida entre de libertades manifiestos. A la igualdad sometida al sentimiento personal. Al egoísmo que produce el vivir para trabajar. La libertad. El Ser sintetiza en que solo él es libre, nadie más. Y como poco se equivoca, Ser que nadie contradice, para el Ser la libertad se esgrime al ser como es y no al ser la suma de participes. Libertades de albedríos solo para él existen, que es diferente, mientras los otros son iguales pero se visten bien, se visten diferente a él. Se visten aparentando sus libertades a granel. Libertades encerradas en caminos y rutinas ¿Donde perdió la ciudad la libertad que tanto exhibía? Para el Ser la ciudad es un aparato de herejías: ser la máquina que doblega al hombre día tras día y lo premia por su esencía. Maquina devoradoras de almas, es la ciudad para el Ser con certeza.

Ser, ya abrumado por el saber que sabía y el saber que está por obtener, se encontró en un gran dilema que quizá respuesta ha de tener... pero para él, ya nada es igual. Son perspectivas, todas crudas, que da la "sociudad" o sociedad o suciedad o la ciudad. Las libertades encerradas en un pueblo que se cree diferente siendo todo igual. Se sienta. Se pone a pensar. Considera que la moneda incluso de dos caras necesita muchas mas. Tantas caras se cruzan, tanta caretas se han de usar. El Ser duda por momentos a quien sabiduría dar. Por momentos no los duda. Ya la duda no está más: No merece más que nadie, nadie más saber demás, todos merecen lo que saben y no quieren saber más. Ser se siente desposeído por que su misión ha de fallar. Más no puede hacer más nada que ser genuino y solo estar. Por mucho que insista de loco lo van a tildar. Loca locura que aun no es, el Ser cada vez se desvela menos, ya entendió aunque lo duda, como no hacerlo, porque se envidia lo ajeno y porque, estando sereno, cada vez es que piensa menos y pide más para comer. Ser superior, sabio puro e innato, que al bajar a la ciudad se siente con pies de barro. Ser que habita y que no estorba, más su presencia alborota pues esboza de la sociedad sus partes más grotescas y graciosas. Nadie le pregunta nada, nadie quiere saber quien es, o que hace, de donde viene o por que viste harapos. Se intriga, su propia mente pura, ya algo contaminada con la certeza de las dudas, empieza a cuestionarle toda su sabiduría y poner a flor de piel las amarguras. De intriga pasa a más duda, de duda pasa a ansiedad. El ser siente cosas que piensa lo van a matar. Esta triste, deprimido, abrumado, tambien se siente esclavo de los conocimientos pasados, pero seguro de lo que sabe y de lo que en la ciudad ha logrado, el ser no baja la cabeza, ahora más bien se siente elevado, acaba de recordar a sobrevivir en tiempos pasados, que cualquier tiempo moderno ese contrato es más fácil intentarlo y ya natura forma parte de un mundo salvaje más osado. El ser también sabía que para ser grande no hay que llegar anciano, hay que curtirse de experiencias absorbiendo lo bueno y desechando lo malo. El ser crece cada día en la ciudad, así parezca que lo asesinan a cada paso que da. Ya poco piensa en natura, necesita encontrar un trabajo: El ser, aunque no se rinde, entiende que ha caído bajo.

El Ser, decaído y censurado, decidió volverlo a intentar, decidió con su natura de nuevo la ciudad compara: Para tener una concepción pura de la vida, quedate en la naturaleza, crece integral y en armonía con natura que ella con premura cuidara de tus locuras y purificara tus pensamientos y las acciones mas sencillas o duras. Natura no juzga, natura juega a solucionar. Juega a hacerte difícil ese camino al arrabal, juega a poner obstáculos para que aprendamos a pensar antes de escoger hacia donde cruzar... anda a la ciudad si quieres tener algo falso. algo inventado, algo irreal, un mundo gris lleno de entes repetitivos y vacíos. Un mundo limitado por las libertades del castigo. Un mundo construido para condicionar designios. Un mundo ya inventado lleno de afán y hastíos donde se destruye al Ser y se construyen Humanos absortos con objetivos pre establecidos. El hombre social no es un animal: es un mal invento aceptado dentro de su mismo ser natural.

jueves, 28 de octubre de 2010

Basura

Un hombre y una mujer se encuentran por enésima vez en el palier del edificio, cada uno con so bolsa de residuos.

- Buen día.

- Buen día.

- Usted es del 610.

- Y usted del 612.

- Ajá.

- Disculpe mi indiscreción, pero he visto sus bolsas de residuos...

- ¿Mis qué?

- Sus residuos.

- Ah.

- Noté que nunca es mucho. Su familia debe ser chica...

- La verdad, soy solo yo.

- Hmmmm. Vi también que usa mucha comida en lata.

- Es tengo que hacerme la comida. Y como no sé cocinar...

- Entiendo.

- Usted también.

- Tratáme de tu.

-Tu también, perdona mi indiscreción, pero vi algunos restos de comida en tus bolsas. Champiñones, cosas por el estilo....

- Es que me gusta cocinar. Hacer diferentes platos. Pero como vivo sola, a veces sobra...

- ¿Usted... tu no tienes familia?

- Tengo, pero no aquí.

- En Madrid.

- ¿Como sabes?

- Vi unos sobres en la basura. De Madrid.

- Sí. Mamá escribe todas las semanas.

- ¿Ella es maestra?

- ¡Qué increíble! ¿Como fue que adivinaste?

- Por la letra en el sobre. Me parecio letra de maestra.

- Usted no recibe muchas cartas. A juzgar por sus residuos...

- Y... no.

- El otro día tenía un telegrama de una bogado.

- Sí.

- ¿Malas noticias?

- Mi padre murió.

- Lo siento mucho.

- Ya estaba viejito. Allá en el sur. Hace tiempo que no nos veíamos.

- ¿Fue por eso que volviste a fumar?

- ¿Como sabes?

- De un día para otro empezaron a aparecer en tu basura cajetillas de cigarrillos.

- Es cierto. Pero conseguí dejarlo otra vez.

- Yo nunca fumé.

- Ya sé. Pero he visto frasquitos de pastillas en tu basura.

- Tranquilizantes. Fue una etapa. Ya pasó.

- ¿Te peleaste con tu novio, no es cierto?

- ¿Eso también lo descubriste en la basura?

- Primero el ramo de flores con la tarjeta, arrojado de afuera. Después, muchos pañuelos de papel.

- Sí, lloré basatnte, pero ya pasó.

- Pero hoy todavía veo algunos pañuelitos...

- Es que estoy un poco resfriada.

- Ah.

- Muchas veces veo revistas de crucigramas en tus bolsas.

-Sí... es que... me quedo mucho en casa. No salgo mucho sabes.

- ¿Novia?

- No.

- Pero hace algunos días había una foto de una mujer en tus bolsas. Y muy bonita.

- Estuve limpiando unos cajones. Cosas viejas.

- Pero no rompiste la foto. Eso significa que, en el fondo, quieres que vuelva.

- ¡Tu sí que estás analizando mis residuos!

- No puedo negar que me parecen interesantes.

- Que gracioso. Cuando examiné tu bolsa, pense que me gustaría conocerte. Creo que fue por la poesía.

- ¡No! ¿Viste mis poemas?

- Los vi, me gustaron mucho.

- ¡Pero son malísimos!

- Si relamente creyeras que son malos, los habrías roto. Solo estaban doblados.

- Si hubiera sabido que los ibas a leer...

- No me los quede por que a fin de cuentas, estaría robando. A ver, no sé; ¿lo que alguien tira a la basura, sigue siendo de su propiedad?

- Creo que no, la basura es de domino público.

- Tienes razón. A través de la basura, lo particular se hace público. Lo que sobra de nuestras vidas privada se integra con la sobra de otros. Es comunitario. La basura es nuestra parte más social. ¿Será?

- Bueno, ya estás profundizando demasiado en el tema de la basura. Creo que...

- Ayer en tus residuos...

- ¿Qué?

- ¿Me equivoco o eran cascaras de camarones?

- Acertaste. Compré algunos camarones grandes y los pelé.

- Me encantan los camarones...

- Los pelé, pero aun no los comí. Quizá podriamos...

- ¿Cenar juntos?

- Claro.

- No quiero darte trabajo.

- No es ningun trabajo.

- Se te va a ensuciar la cocina.

- No es nada. En seguida se lmpia todo y se tira la basura.

- ¿En tu bolsa o en la mía?

domingo, 11 de julio de 2010

Fría Noche de Invierno

- ¿Te vas?

Le pregunto sorprendido buscando en su mirada quizás la respuesta que su boca no podía darme. Me miraba sin embargo con dulzura, con esos hermosos ojos verdes, a veces amarillos, y su boca me sonreía tratando de calmarme.

- Sabías de antemano que no podía quedarme.

Fue lo último que escuché decirle.

Y lo sabía. La noche anterior nos prometimos que no importara lo que sucediera esa noche, nada cambiaría nuestra relación, o el empezar de esta. Fue una extraña noche llena de alcohol, confesiones, sexo, humos, llantos y risas.

Comenzó en la barra de ese bar, dos completos desconocidos encontrados una por caprichos del universo en la concurrida barra de un bar de la ciudad. Ella, solitaria
en la barra, con un trago en la mano que ya aparentaban unos cuantos, vestida ropa de diseñador y cubierta por un perfume exquisito, su ondulado pelo marrón cubría el maquillaje arruinado por las lagrimas, que ya no quería disimular. Yo, por otra parte, tomaba lo de costumbre y no podía dejar de intrigarme esa mujer de tragos fuertes y lágrimas amargas.

Afuera, la noche fría y callada pinta un panorama triste: los arboles están desnudos a merced de la brisa y su frío, la poca gente que transita por las calles, abrigadas de pies a cabeza, solo quiere llegar rápido a un refugio para encontrar calor, las parejas caminan abrazadas, hasta los gatos estas guardados. La luna en menguantes, ayudada por las estrellas y los postes de luz de la ciudad le dan un tono amarillo pálido a las calles y solo el verde del semáforo da un matiz diferente a las solitarias esquinas.

Luego de mi tercer trago me armo de valor y de astucia; no sé si era ambas lo que necesitaba; y decidí enfrentar algunos temores, nunca fuí bueno en eso de abordar al sexo opuesto, y sacar una sonrisa de ese rostro que desde lejos ya se me antojaba hermoso.

- Hola... disculpa mi abuso y todo lo demás, pero no pude evitar notar que por más que lo intente mis ojos no se apartan de ti. Quizá sea la forma como juegas con tu pelo mientras bebes de tu copa, o tal vez la intriga que me causan esas lágrimas en ese rostro... pero estoy seguro, bella dama, que esas lagrimas pueden ser de felicidad o de tristeza, pero definitivamente sí de una gran experiencia... ¿me permite invitarle una copa mientras le ofrezco además mis oídos?

Ni siquiera se volvió a verme. Quizás fue demasiado rebuscado mi abordaje. Saco un cigarrillo. Le ofrecí fuego. Se secó las lagrimas de sus ojos. Terminó su trago y se levantó.

- Voy al tocador. Pídeme un martini doble, sin aceitunas.

Con una sonrisa y aun intrigado, pido dos de esos martinis y me dispuse a esperarla preparando mentalmente las preguntas que podía hacerle y preparándome, también, para la respuesta que podía darme.

- Bueno, ¿quieres que te cuente mi experiencia o prefieres hablar de otra cosa? - me dijo, casi encrespandome.

- Prefiero que hablemos de ti, me intrigas y te me antojas atractiva. Quiero saber que hay detrás de esa ropa de marca.

- ¡Ah! Pero eres todo un don juan. Siempre sabes que decir, ¿no?

- Mmmm, es un problema quizá mi falta de tacto.... - le dije, retándola.

Se tomo el trago de una sola vez, recojio sus cosas y se fue. No me dispuse a perseguirla, no fue una situación agradable, sin embargo, yo quede sonriendo viendo como ella se marchaba algo indignada pero sonriente, al cerrar la puerta me miro y por la comisura de la boca supo escaparsele un suspiro.

Corrí a la puerta tratando de alcanzarla.

- ¿Te volveré a ver?

- Depende que tan seguido vengas.

- ¿La próxima semana? ¿el mismo día?

- ¡Trata de no esperarme!

Mientras el taxi que tomaba ya se iba perdiendo en la larga calle.

No hice más que pensar en ella el resto de la noche y a la mañana siguiente. Ya no era tanto la intriga lo que me hacía desearla, sino esa actitud, ese cambió radical en sus volátiles sentimientos, esa esencia de mujer que se podía respirar a flor de piel.

Pasamos así varias semanas. Viéndonos en ese pequeño y oscuro bar un día o dos. Contando la historia de nuestras vidas y canalizando una atracción mutua con cada risa y cada trago.

- ¡Te deseo! - le dije una noche - ¡Y asi como es casi obvio que te deseo, también lo es que tu me deseas a mí! Deseo cada rincón de tu piel, cada recoveco de tu cuerpo, cada beso de tu boca, cada caricia de tus manos..

- ¡No digas más!

Y se levantó, tratando de salir del bar.

En esta ocasión si la perseguí.

- ¿Que te sucede? Lo siento! No pensé que..

- No no... discúlpame tu a mí... he tenido que decirte algo hace ya tiempo.

- Bueno que esperas, termina de decírmelo...

- Yo... ¡estoy casada! si, estoy casada, tengo 2 hijos y ... - siguió hablando, pero en el "estoy casada" mi mente prácticamente se apagó y mi corazón fue el que empez´a funcionar y a hablar por mí.

- No digas mas nada... shhhh... no digas más... no me importa más nada.

- ¿Pero no escuchaste lo que te acabo de decir? Si alguien conocido se llega a enterar... -

- ¡Shhhhh no digas mas! No me importa nada. Por ti yo siento cosas muy fuertes que no voy a dejar de sentir por daños a terceros.

- ¡No entiendes!

Y se soltó, logrando salir del bar y huir de mi lado. Y tenía razón, realmente no entendía. Estaba dispuesto a todo por ella y sabía que esos sentimientos eran recíprocos y podían seguir creciendo. No iba a dejar pasar esa oportunidad por extraña que fuera la situación.

Estuve volviendo al bar todas las noches durante semanas. Pero ella no aparecía. En nuestras tantas conversaciones nunca nos dimos nombres, ni teléfonos, ni correos, nada, solo nuestras personalidades y almas desenvueltas en su estado mas puro y natural.

Una noche, incluso más fría que esa noche que nos conocimos, la veo entrar al bar, esta vez acompañada de un hombre bastante mayor que ella, su esposo supuse, que ostentaba dos grandes guardaespaldas. Me ve y voltea la mirada, la veo y no puedo sacarle los ojos de encima. Se sientan en una mesa algo lejos de mi sitio en la barra, pero en el lugar perfecto para que mis ojos puedan verla sin que su esposo y sus amigos se den cuenta de mi mirada carnívora. Pasaron toda la velada discutiendo, hasta que una llamada en su celular logro hacer que se olvidara de ella para irse del bar y enfocarse en otra cosa. Ella quedo sola, llorando, tomando el mismo trago que aquella noche. Entiendo que esa pudo haber sido la situación que hizo que estuviera ahí aquel instante, aquella noche.

Me acerco a su mesa, con dos maritinis sin aceitunas, le doy una copa a ella y le me tomo la libertad de sentarme a su lado. Corro mi brazo pos su cintura, la atraigo hacia mí y sin decir ninguna palabra lentamente nos fuimos fundiendo en un largo y profundo beso.

Esa noche fue nuestra primera noche juntos. Fue nuestra única noche juntos. Nunca más la volví a ver. Comencé a frecuentar el bar mucho más seguido, a ver si la encontraba por casualidad.

Días más tarde, en ese bar, leyendo el diario mientras tomaba un café, el mozo me comenta como quien no quiere la cosa:

-¿En serio no sabia quien era esa mujer?

- La verdad a veces no sé ni quien soy yo. - Le respondo, algo confundido y prevenido por el comentario.

- Pues, era Anabel, la amante del comisario... ella.

Y me acerco una pagina del diario, de pocos dias, con la foto de Anabel y abajo una leyenda más bien ordinaria:

"Descansa en Paz"

Solo eso bastó para sentir el recuerdo de su piel aun intacto en mi dedos mientras mi mente la buscaba, como no queriendo aceptar la condena de mi soledad y la culpa de su mala suerte.

- Yo que usted, me voy lo antes posible.

Era lo único que retumbaba en mi aturdido regreso a casa.

domingo, 4 de julio de 2010

Abuela Sapiencia

Sentada bajo el frondoso árbol de mango que daba sombra a casi la mitad del amplo patio, estaba la abuela entreteniendo sus manos y sus dedos entre hilos y agujas de coser. Sonreía ligeramente, como siempre, como si una paz interior fluyera y regalara esencia sin encontrarse obstáculo alguno. El vaivén d su silla, casi al ritmo de su disco favorito de bossa nova, entretenía a Sofía, su nieta mas joven, quien sonreía al ver a su abuela meciéndose y tejiendo.

No era muy vieja Sapiencia y estaba muy bien conservada. Era una anciana curiosa, atenta, sabia y paciente. Su vida desde joven estuvo marcada por viajes y esos viajes por anécdotas y aprendizajes.

- ¿Que tejes esta vez, Abue Sapi? - le pregunta la nena, curiosa.

- ¡Ah, Sofi! Estoy tejiendo un lindo gorrito, para que cuando te lo pongas en la cabeza, cuide tus ideas para que no se escapen y además, para protegerte del frío.

- ¡Algo para mí!

- Claro, mi amor, es tu turno, ya la semana pasada le tejí a Remo una bufanda.

- ¿Y para que?

- ¡Para que su cuello pueda sostener su cabeza!

Ambas estallaron en risas. Siempre habían tenido una buena relación.

Sofía, de apenas 12 años, veía en su abuela no solo a su segunda madre, sino también a una amiga que aparte de saberlo todo y dar los mejores consejos, hacía los postres más ricos del mundo. Sofi es hija de la hija más joven de Sapiencia, quien se pasaba la mayor parte del tiempo viajando que alrededor de la familia. No conocía a su padre, aunque su abuela le contaba muchos cuentos de él y le daba la confianza suficiente para creer que estaba vivo. "Es mejor crecer con esperanza que vivir triste y decepcionada", era lo que Sapiencia siempre pensaba cuando le contaba historias, aunque no sabía si el padre de Sofi vivía o no. Sin embargo Sofia no le prestaba mucha atención a eso: su abuela era su todo.

La tarde transcurría entre risas y bossa nova, entre cuentos y preguntas, entre dimes y diretes. La brisa ya fría del atardecer hacía temblar a Sofia, que no era capaz de moverse y dejar a su abuela sola un momento, disfrutaba más de su compañía que la de niños y niñas de su edad. Y esto, si bien preocupaba un poco a Sapiencia, hacía bastante feliz a su rutina.

- Bueno, entremos. Ya se esta poniendo el sol y la noche por lo visto será fría.

- Esta bien, abuela.

- ¿Quieres un te, Sofi? Ahí me quedaron de esas galletitas que tanto te gustan.

- ¡Quiero las galletas! El te lo puedes tomar tu.

Sapiencia sonrió. Le encantaba la seguridad de Sofia para hablar y para ser ella misma. Le recordaba a sí misma, muchos años atrás.

- ¡Remo! - gritó Sofi entusiasmada.

- Hola enana - le contesta Remo con cariño - veo que te estás acabando todas esas galletas y yo no he probado ni una.

- Bueno toma, es la última - mientras le pasaba la galleta que ya había empezado a comerse.

- Hola, Sapiencia. - dijo Remo algo seco.

- Hola Remo, ¿buen día en el trabajo?

- Como todos los días, abuela.

Remo, que le llevaba 5 años a Sofia, era también nieto de Sapiencia, hijo del primer hijo de esta, quien murió en un accidente junto con la mamá de Remo hace algún tiempo. Sapiencia se encargó de sus cuidados y de darle un techo. Él se encargaba de construirse la vida que se le derrumbó junto con la muerte de sus padres. Era obstinado y algo terco, dejó los estudios para ponerse a trabajar y ayudar a Sapiencia poco tiempo después de que ella lo acogiera. Veía a Sofia como su hermana menor. La cuidaba y protegía como tal. Quería a su abuela, sin embargo, sentía un poco de recelo para con ella pues para él, había tomado la muerte de su padre (el primogénito de Sapiencia), ella que en varios momentos y con palabras certeras supo frenar su ímpetu y hormonas adolescentes como si de su madre o padre se tratara. Si no fuera por su abuela, Remo no sabía que hubiera sido de su vida y en parte por esto le estaría eternamente agradecido.

- Ven, Remo, tomate un te. Relájate un poco y piensa en otra cosa aparte de tu trabajo que se nota te está comiendo por dentro.

Remo se tensó. Es como si la abuela pudiera leer su estado.

- Me despidieron, Sapiencia. - le dice resignado.

- ¡Era hora! No se como te aguanto tanto Marcelo en su taller.

- No te pongas con tus comentarios ahora que no estoy para escuchar tonterías.

- Pero si sabes que tengo toda la razón. Además te he dicho mas de una vez que no es necesario que trabajes, que con mi pensión y la ayuda de sus tios podemos vivir bien al menos hasta que me muera.

- ¡Primero moriré yo! - exclamó Remo, soltando una carcajada después.

- ¡NADIE SE VA A MORIR! - refunfuñó Sofia - Nadie más se va a morir. ¿Estamos tan bien vivos que para que vamos a morirnos? - Sofía conocía no tanto a la muerte, más si las ausencias.

- Todos se mueren, Sofia.

- ¡No! - argumentó Sapiencia - Mueren aquellos que deciden no vivir más, ni en nuestras mentes ni en nuestros corazones. No hace falta verte para sentirte, Remo. Así como tampoco me hace falta ver a tu padre, o a tu madre, Sofí. Fueron y serán siempre mios, siempre estarán conmigo.

- Da igual. - dijo Remo.

Las palabras de Sapiencia no solo calmaron a Remo, también sacaron una sonrisa del rostro de Sofia, quien corría para sentarse en las piernas de Remo mientras este tomaba el te.

- Tu no te vas a morir, ¿verdad Remo?

- Al menos espero que no en tu recuerdo, Sofi.

Sapiencia sonrió complacida.

Sofia también y dándole un beso a Remo se fue corriendo a los brazos de su abuela.

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Cuento corto Abuela Sapiencia 1. (Serie "PazCiencia")

viernes, 2 de julio de 2010

María y Yo

Ya son cinco los años que llevo fuera de mi país y mañana por fin regreso a casa. A ese apartamento doble que solíamos llamar La Cueva y que fue cuna y a veces cárcel de nuestros sueños y pesadillas. Estaba ansioso por volver. Si bien mantenía contacto constante con él y María, estaba desesperado por contarles todo lo que había vivido y conocido. Mostrarles todas las fotos y todo lo aprendido. Hice mis maletas algo pesadas, pegué sobre-equipaje pero no podía dejar nada de lo que había conseguido para mí y para ellos. El vuelo se hizo eterno. No pude dormir. No pensé que me pondría así. Pero la ansiedad por verlos de nuevo luego de cinco años hacía volcar mi corazón. Sabía que mi ganas de volver eran más por María que por él. Ella y yo habíamos cultivado una buena relación a base de conversaciones de largas distancias y correo electrónico frecuente. Ël y yo, si bien hablábamos, no era comparable con la cantidad de comunicación que teníamos María y yo. Supongo que él lo sabía. Varias veces, incluso, bromeaba con eso.

Salgo a la zona de pasajeros y ahí estan ellos, abrazados y fundidos en un beso, no era la imagen que esperaba y no me hizo muy bien tampoco, pero me llene de valor y grite sus nombres. Se separaron, y sonriendo se apuraron a nuestro encuentro.

- ¡Hermano que bueno verte en carne y hueso!

- ¡Sí! - dice María - que bueno que hayas podido volver, él ya me tiene loca con sus cuentos y hace rato q quiero que nos tomemos un café, además, tengo una linda amga para presentarte.

- Aun no he llego y ya tengo todo planificado... ¡ni cuando llegué allá fué así!

Entre risas y cortas anécdotas, que a veces interrumpíamos mutuamente, fuimos a buscar mi equipaje y a llevarlo hasta su auto. Ya no era ese viejo auto de segunda mano. Ahora era un auto casi nuevo. Me notan sorprendido y ella me dice

- Ahora es pintor profesional - mientras se rie a tono de burla.

- Si, si, si - reclama él - he vendido un par de cuadros.

- ¡Nunca me dijiste nada! - le reproche.

- Ah era una sorpresa, María lo arruinó todo. No importa, sube, ya te contaré todo.

Subimos al auto y entre botellas de vino y olor a marihuana fuimos recorriendo el camino a casa.

La Cueva ya no es como antes. Se respira un ambiente menos contaminado y mucho mas acojedor. Sé puede notar la presencia femenina en muchos rincones, sobre todo en el olor. Y un par de cuadros pintados por él colgados en las paredes.

- Tu cuarto está listo. Lo términamos de arreglar esta mañana, ¡ese muchacho no se quería ir!

Dejo mis cosas en mi cuarto y me dirijo a la cocina. María esta preparando el café. Él esta en el baño. Me acerco lo suficiente como para poder sentir su calor y su aroma. Primera vez en cinco años que estoy tan cerca de ella. Y los sentimientos son mas fuertes incluso de lo q pude llegar a imaginarme. María siente mi presencia, y dejandose llevar por el momento, mueve su pelo para dejar al descubierto su cuello. No sé si lo habrá echo a propósito, pero el olor a frutas tropicales invadió mis sentidos y se me escapo su nombre en un susurro...

- M a r í a.

Estaba atontado con su aroma y su presencia.

- ¿Qué paso? Aún le falta al café.

- Eh si si - le respondo tratando de disimular - no hay problema, espero.

Me sonríe. Es la misma sonrisa que me dio aquel día en el aeropuerto.

Nos sentamos a la mesa e intento tener una conversación con ella, pero llega él y, dándole un beso, desvía su atención y colma mis celos. Primera vez que sentía envidia de él. Yo quería estar besando a María.

Pasaba el tiempo y mi relación con María se consolidaba. En parte por que así lo quería y en parte por que no podía evitarlo. Era como un imán para mis ojos y un impulso para mi corazón. Él parecía no darse cuenta, perdido en sus pinturas y en sus obras maestras. Las actitudes de María y las mías eran siempre las mismas, estando o no estando él cerca. Ya podía notar que ella sentía quizá lo mismo que sentía yo al estar cerca de ella. Mi amistad con él no se mermaba, a pesar de que yo sentía que el notaba mi deseo por María y yo además, a veces lo notaba algo celoso. Creo que sabía que era inevitable. Me conocía muy bien como para no saberlo. Lo conocía muy bien como para no evitar que algo sucediera. Prefería tenerlo a él como mi mejor amigo y a María muy cerca.

Un día, María cae desmayada al suelo, yo corro a buscarlo, pero no lo encuentro por ninguna parte. Decido llevar a María al hospital. Lo llamo una vez. Dos veces. Tres veces. No me contesta. Le dejo varios mensajes con la dirección de la clínica, él nunca apareció esa noche. No fue nada lo de María, solo un desmayo. Pero fue, además, el principio de lo que siempre trate de evitar desde hace ya un año.

En el camino a casa, la mañana siguiente, las miradas de María y las mías ya no se cruzaban de vez en cuando. Ahora se mantenían fijas, mirándonos mutuamente. Ya casi no hacían falta conversaciones rebuscadas que llenaran los espacios pues nuestras miradas se correspondían más que nunca y nosotros no nos negábamos a que fuera así.

- Sabes que de miradas no podemos pasar. - me dijo, para cortarme un poco el entusiasmo.

- Lo sé. Siempre lo supe. Como tu. Solo que ahora, con estas miradas, el desearte solo se me hará mas dificil. - le dije, casi demasido romantico y decepcionado.

- Es que él...

- No digas nada... dejemos que todo siga y termine como tenga que acabar.

Conforme con lo que acababa de decirle, aunque con muchas dudas, entramos a la casa para encontrarnos con él. Había preparado el desayuno. Se encargo de llena a María de atenciones y de contarnos los sucesos de la noche anterior. Logro vender otro cuadro, en una exhibición en una de las ciudades cercanas del interior.

- Tengo que volver constantemente - nos dice - hice buenos contactos y puede que termine siendo contratado para curador de un museo.

- ¿Que? ¿Tienes pensado irte y dejar la galería? - le comenta ella sorprendida.

- No, aún no, pero tengo que salir esta noche de nuevo y llevar otro cuadro que ya tengo vendido. Pensaré muy bien si aceptar o no el trabajo.

No es un momento cómodo. Yo no se que decir. Le doy un par de golpes en la espalda y fui a acostarme. Estaba muy cansado para mirar lo que seguía.

Intentaba conciliar el sueño entre sus gritos y discusiones, no era un buen momento para ella, venía del hospital, no era buen momento para él, estaba en el clímax de su carrera, no era un buen momento para mí queriéndolo a él y estando enamorado de ella. Trataba de pensar en otras cosas, en mis viajes, mis asuntos, mis problemas. Trataba de pensar en mis viajes: China, Taiwan, Japón, Nueva Zelanda, Australia. Gran parte del este. Conociendo culturas, aprendiendo de culturas, conociendo gente y cometiendo errores. Sonreía con algunos recuerdos, trataba de olvidar otros, resultó hasta que me quede dormido. Soñé con María en esa ocasión.

Me levante pensando en ella. Ya estaba oscuro. Había dormido todo el día. Necesitaba encontrarla. Hablar con ella. Saber como estaba. Él ya no estaba, lo busqué a él primero. No estaba ninguno de los dos. Lo llamo. Está en su reunión, a cuatro horas de camino. Dudo en llamarla. No sé a donde puede haber ido. Con el teléfono aún en la mano escucho la puerta, es María. Entra con comida, me mira y me regala esa sonrisa. Se nota que ha llorado. Le pregunto como esta, como se siente...

- No quiero hablar de eso, seguro escuchaste todo...

- La verdad... - me interrumpe

- Tranquilo, todo esta bien, menos mal que no escuchaste, me hubiera muerto de la vergüenza con tanto ruido que hicimos luego de la pelea.

Fue como un balde de agua fría. No esperaba tampoco menos de él. Quizá un poco más de ella.

Comimos viendo una pelicula, The Kid, con Charles Chaplin. Muertos de risa entre imagenes en blanco y negro nuestras miradas se cruzaban de vez en cuando, menos seguras que antes, pero igual de intensas. Luego de comer, abre una botella de vino tinto y enciende un porro.

- Relajémonos un poco - me dice - fue un largo día para mí.

- Yo recién me vengo levantando, pero creo q será una larga noche - dándole el encendedor mientras sacaba un cigarro.

Fumamos. Bebimos. Decidimos poner otra película. Elegí una mas pasional, aun en blanco y negro: La Dolce Vita. Compartíamos el vino arropados en sábanas. Quizá en las sábanas que usaron más temprano. No me importaba, estaba con María, como nunca antes había estado.

Con suficiente alcohol en la cabeza y la película ya bastante avanzada, mis palabras empiezan a salir de mi boca casi sin querer, de manera verborragica y casi mecánica, como aprovechando la oportunidad para darme un espacio en el pecho para respirar y en la mente para pensar en otra cosa.

- María, sé que estás con él. Sé que están desde hace mucho. Y sé también que no lo miras a él como me miras a mi...

- No se que quieres decir, ¿a que mirada te refieres?

Y me mira... tratando de interrumpirme.

- ...así como me miras a mi, así como no quieres pasar de miradas por miedo a sentir algo diferente a lo que sientes por él... y te guste. A miedo de estropear años de relación por un nuevo sentimiento. Un sentimiento que no te atreves a explorar, no por miedo a él, si no a ti misma. Un miedo q yo también siento. Un miedo que compartimos. Así como estas miradas y estos roces ingenuos de nuestros cuerpos. Que se buscan. Que se desean. Por que sí, María, te deseo, tanto como quizá pueda llegar a amarte. Y estoy dispuesto a sentir y a explo... - no terminé de decir la oración cuando sus labios ya estaban mordiendo los míos. Dios esa boca. Esos labios. Nos fundimos en un largo y apasionado beso que duro tanto como ella quiso. Nuestras manos nos desvestían, desesperadas. Solo dejábamos de besarnos para mirarnos. Fue una larga noche. Fue nuestra primera noche.

Al dá siguiente me levanto con dolor de cabeza.

- Algo de resaca es buen castigo - me digo, sonriendo. Pensando en él. Pensando en ella. - Ya lo entenderá.

Salgo al balcón y ahi estan. Juntos. Besándose y abrazados. Quedo desconcertado. Creí que mis puntos de quererla solo para mí habían quedado claros la noche anterior. No esperaba, sin embargo, menos de ella. Era una extraña circunstancia. Lo saludo. La saludo. Evita mi mirada, pero me mira cuando no la miro.

- ¿Como te fue? - le pregunto a él, interesado ahora en rescatar nuestra amistad. Comprendía ahora lo que había sucedido y lo que quizá podría pasar.

- Muy bien - me dijo calmado y sonriente, no estaba perturbado como esperaba - vendí más de lo que esperaba y logré trasladar la oferta de curador para un museo aquí en la Capital. No tendré que mudarme. Así pasaremos más tiempo juntos los tres. ¡Y es hora de que termines intentando una relación con una mujer! - Me dice, casi gracioso - Es raro ya no verte con alguna, ¿no hay alguien por ahí?

Lo siento casi juzgandome. Como si supiera.

- ehhh.. - tartamudeo.

- ¡Lo sabía!

Mi mirada se desvia hacía María. Menos mal que él no lo nota, fue a buscar una botella de vino. María me mira, se sonroja, y va detrás de él. Intento detenerla, pero se voltea al instante y me dice...

- Lo de anoche no debió haber pasado. Lo de anoche no pasó.

Y se fue.

Concentrado en el trabajo y en mi relación con él, María fue quedando un poco desplazada en mi mente. Sin embargo la sentía a veces mirándome. La sentía también confundida. Nuestra relación no cambio mucho, no costaba aparentar estar bien delante de él, fue como si esa noche no pasara. Pero esa noche sucedió. Y tanto ella como yo lo sabíamos. No pasó mucho tiempo más hasta que él dejara de nuevo la ciudad por un tiempo por negocios de arte y María y yo nos quedamos solos, conversando y riendo.

Un día lleva a una amiga a su casa. Él no estaba y yo no quería molestarlas, así que decido irme...

- ¿Saldrás? Por que ella viene por tu selección de películas...

Dedicándome esa sonrisa.

Me presenta a su amiga y de un momento a otro estábamos los tres riendo alrededor de una taza de café. Decidí quedarme y disfrutar de la compañía de ambas. Juntas eran un deleite. Tanto para mis ojos como para mi mente. Salieron a comprar vino mientras yo armaba la sala y un par de porros.

La química entre su amiga y yo fue instantánea. Y María lo noto. No pude saber si le gusto o no, pero sabía que lo había notado. Aunque su amiga me llamaba la atención, mis pensamientos perseguían a María. Y mi mirada se le atravesaba. Solo para que se diera cuenta.

La noche seguía entre humo, alcohol y películas. Risas, miradas, e insinuaciones. Su amiga durmió conmigo esa noche. Y se fue muy temprano a la mañana siguiente.

Notaba a María rara al otro día, como creía que siempre ha de debido comportarse, y lograba ver sus celos debajo de sus holgadas pijamas.

- Estas celosa, no te puedo creer.

- Bueno no es tu problema si lo estoy o no, solo que no pensé que eso sucedería, !pensé en eso toda la noche!

Fue una confesión demasiado grande.

Corría a abrazarla. Le dije que mis pensamientos seguían con ella. Que mi corazón era más de ella que mío. Que anoche fue otra noche como tantas, que no valía ni este abrazo, casi obligado, que le estaba dando. La solté. Se alejo de mí. Y me miró.

Me abalancé sobre ella. No pude evitarlo. Era a ella a quien quería.

- ¡No! - intentaba detenerme, sin poner mucha resistencia - después de anoche como piensas que...

la interrumpí con un beso... con un beso correspondido. Un beso que confirmo lo que ya se sobreentendía. Menos mal que él no llegaba hasta dos días después.

Esa vez fue, quizá, la que definió la condición de amantes de María y yo. Ella no podía dejar de amarlo, y lo entendía. Yo no podía amarla de otra manera. Estuvimos así por un año, hasta que el se enfermó, ella se entregó a sus cuidados, me apartó. Hizo que me mudara y me dijo que no volviera más. Tiempo después él murió. María me evito en el funeral. Luego de su muerte, todo fue peor, simplemente desapareció.

Algunos remordimientos y uno que otro recuerdos de mis viajes eran los que estaban flotando en mi mente.

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Primera Parte cuento corto - Nosotros Y María -

jueves, 1 de julio de 2010

Él y Yo

Nos conocíamos desde niños. Nuestras casas quedaban a dos otras casas de distancia, cruzando la calle. Nuestros padres eran amigos. Eso facilitó la consolidación de la amistad con el paso del tiempo. Íbamos a la misma escuela, compartíamos los mismo amigos en común, no era una ciudad muy grande la que nos rodeaba, pero era la ciudad suficiente para hacernos crecer. ¡Y de que manera! Fueron muchas las experiencias que vivimos y nos fabricamos en esa ciudad. Eramos tan unidos que incluso luego de salir de la escuela nos fuimos juntos a estudiar a la Capital. Yo, siempre inclinado por aprender de leyes y palabras, de cultura y sociedades, él, un poco más creativo y con mas facilidad de demostrarlo, se inclinaba por las artes: la pintura, la música y el teatro eran su pasión. Aunque eramos dos personas totalmente distintas, nos conocíamos muy bien y además no pensábamos tan diferente, a veces complementábamos la idea del otro, eso no era del todo bueno algunas veces, pero todo se superaba.

Cursábamos estudios en la universidad, yo de Derecho y el de Diseño, con algunas clases de música y pintando de vez cuando, conseguimos para vivir un apartamento doble bastante bueno para su precio. Él trabaja en una tienda de ropa, yo de mozo en un restaurante. El sueldo de los dos, más mis propinas y su bono, nos mantenían lo suficiente. Y pudimos alquilar el apartamento. Ya dejábamos de vivir en la residencia estudiantil para empezar a pagar, entre dos, el alquiler de un lugar decente para dos jóvenes inteligentes y vivos del interior en pleno apogeo. Lo bautizamos como La Cueva, y los fines de semana La Cueva era el mejor lugar para pasar el tiempo. Entre mis libros de leyes y los pinceles de él se podían ver vasos de cerveza, algunos porros compartían el cenicero con los cigarrillos, algunos salían del baño con la nariz blanca y otras bailaban de manera insinuante y lasciva recostadas de los muebles y las paredes. No se escuchaba nada por el volumen de la música, así que gritar era lo común. Era un ambiente de fiesta transgresor. El lugar perfecto para expiar toda una semana de leyes, o de matemáticas, o de psicología, o de medicina. Todos, por generalizar, pasaron alguna vez por La Cueva, sea a estudiar, a comer o a enfiestarse.

Entre la universidad, el trabajo y La Cueva, y todo lo positivo que esto generaba, transcurría nuestra vida en la universidad. Era difícil establecer una relación con alguna mujer, pues era muy fácil pasar de una para conocer a otra que quería la anterior. Eramos dos hombres a punto de graduarse, con una vida universitaria vivida en su esplendor. Yo me gradué primero que él, de hecho, dejó el diseño por un tiempo y se enfoco en la música y en la pintura, seguía trabajando en la tienda de ropa y yo ya había conseguido, por suerte y una ayuda extra de una buena amiga, un trabajo en un modesto buffet de abogados. Seguíamos viviendo en el mismo apartamento, pero las comodidades aumentaron. Así como también los intensos fines de semana y las relaciones nómadas. Él usaba su carisma y yo mi elocuencia para conseguirnos lo que propusiéramos. Juntos, éramos imparables.

Un día, luego de luchar por eso y de malabarear mi vida, conseguí una promoción en mi trabajo y además una oportunidad difícil de encontrarle algún reproche: Una pasantia en una oficina del buffet en un país, algo lejos del nuestro, por algún tiempo indefinido. Era la oportunidad que esperaba, pues el derecho internacional era mi área y tenía pensado, en algún momento futuro, considerar la escuela de la cancillería. Le comento la idea a él.

- Me parece genial. - me dice.

- También lo creo, es una buena oportunidad de conocer gente diferente y empaparme de cultura. Además, ya conseguí alguien que alquilé mi cuarto.

- Lo has pensado muy bien, entonces. - me dice, casi sorprendido.

- Sí - le contesto - no es de todos los días una oportunidad así.

- Pues que te vaya muy bien, hermano. Sé que todo saldrá muy bien.

ME da la espalda, y se mete en cuarto. Puedo oler la marihuana desde aquí. No estoy para fumar en estos momentos. Su actitud me deja confundido. Si bien no esperaba un gran festejo, tampoco esperaba tanta indiferencia. Decidí dejar el tema y no mencionarselo hasta días antes de mi partida.

Fueron días de distanciamiento, el estaba absorbido por su pintura y yo bastante ocupado con el buffet. Incluso los fines de semana ya La Cueva no era tan frecuentada. La mayoría de los fines de semana antes de mi partida la pasábamos fuera, separados más q juntos. Hablábamos cuando nos cruzábamos y rara vez nos sentábamos a charlar como antes. Estábamos, quizá, adaptándonos a la vida que pronto íbamos a llevar.

Llegó el día. Le digo que mi vuelo sale esa noche, que me gustaría que me acompañara al aeropuerto pues no sabía cuando lo iba a volver a ver.

- Tu y tu romanticismo. Bueno, yo tengo que salir. ¿Te parece si nos vemos en el aeropuerto?

- Si estas seguro de que llegarás.

- A que hora es tu vuelo.

- A las once de la noche.

- Seguro llego. Y llevaré a alguien que quiero que conozcas.

- Está bien, los espero. Lleguen con tiempo así tomamos un café.

- ¿Café? Yo llevo un buen vino, y me armo par de porros.

- Esta bien - le digo riéndome - me parece genial.

Son las 8 y estamos él y yo en su auto, un coche de segunda mano que se lo arrebató a un viejo cliente de su tienda de ropa que usualmente iba a La Cueva aquellos fines de semana, tomando una botella de vino mientras el olor de la marihuana inundaba todo y contándonos, como en los viejos tiempos, hasta las cosas más estúpidas acontecidas en nuestras vidas.

- Quiero que la conozcas - me dice pasandome el porro.

- Bueno, ¿pero vendrá al aeropuerto? ¿no le parecería extraño?

- ¡No!, no - me dice - sabe lo importante que es para mí que la conozcas.

- Bueno que se apure - mientras le doy el vino y fumo - en un par de horas toy montado en un avión a rumbo desconocido.

Estallamos en carcajadas. El vino, el humo y lo familiar de la escena nos hacía sentir unidos incluso más que en los últimos encuentros.

Se acabaron las botellas y faltaba una hora para irme.

- ¿Llegará? - le pregunto.

- Si está cerca, vamos, la encontramos adentro.

Llegamos justo cuando estaban llamando para abordar mi avión.

- Es mi vuelo.

- Esperemos diez minutos, por favor.

Lo complací. No llego. Viendo el reloj le manifestaba que ya debía irme. Lo abrazo. Le digo que estaré en contacto y que se cuide mucho. En medio de ese abrazo, miro hacia arriba para encontrarme con la mirada de una hermosa mujer morena, de mediana estatura, con unas hermosas piernas largas y un pelo negro que brillaba como sus ojos. Quedó sin aliento al verla. Veo que se aproxima a nosotros. Yo término mi despedida, le doy la mano a él y me doy vuelta para abordar las escaleras mecánicas.

- ¡Hey! - me grita - ¡aquí está!

- No puede ser - pienso, y me volteo.

- ¡Ella es María!

Y saludándome, esa mujer morena de ojos brillantes lo abraza, y me sonríe.

Yo, absorto en lo que esa escena, no hacía más que saludar mecánicamente con mi brazo. Aún no se si pude devolverle la sonrisa a María. Casi no recordaba que lo abrazaba a él, me quede mirándola fijamente a ella. Me fui feliz de que él no se quedara solo, pero pensando en la mujer que lo acompañaba. El recuerdo de su rostro y el olor que transmitía me hizo compañía el resto del viaje.

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Segunda parte del cuento corto - Nosotros y María -

Él y María

Quería quedarme, seguir contándole mis cosas y oliendo esas flores que adornaban su tumba, pero el frio y la obscuridad me obligaban a alejarme cada vez más, aunque lentamente, de la última morada de uno de mis grandes amigos en vida. Ahora un gran confidente luego de su trágica y confusa muerte. Entre lo que le contaba y las preguntas que aun le hacía en mis pensamientos se colo un aroma frutal, ya conocido para mí, que tenía mucho tiempo que no había sentido. Confundido, mis pensamientos me dejan en silencio y me ponen a buscar por todas partes a la esencia, y a su dueña. Imaginé que iría a verlo a él, pero no lograba estar muy convencido, luego de la muerte de él ella simplemente había desaparecido. Nunca supe mas de ella. De María. Era algo que me pesaba pues aun manteniendo la relacion sentimental con él, se involucró conmigo en más de una oportunidad mostrandose como era en realidad y no como se aparentaba al lado de él, fueron historias a medias que si bien juntas no llegan a construir una excelente historia de amor, por separado se pueden deshilachar varios encuentros de amor fugaz y verdadero.

Con el atardecer casi oculto, la esencia eterna de su pelo y la confusión de mis pensamientos, ya divagando, llego casi inconscientemente a la tumba de él, ella no está, pero noto que las flores de su tumba ahora estan acompañadas de otro olor: el de una trenza de cabello. - ¡Es de María! - me dije jocoso para mis adentros, con una felicidad casi palpable. Estaba seguro que era de ella. Pelo negro, liso y fino,
con olor a frutas tropicales y playa. Absorto por mi reciente encuentro y con mis pensamientos a mil por hora, pasé por alto un sobre de papel que decia "Para Tí", que luego tomé rapidamente pregutandome, algo confuso algo confiado, ¿será para mí?

Llego a mi casa mas tarde esa noche. Esa fría noche. Me quito la pesada carga de ropa que me mantenia caliente, me preparo una taza de café y me siento con el sobre de papel, aún intacto, en mi escritorio. Aun dudando si abrirlo o no - Quiza no sea para mí - pensaba. Sorbía un poco del caliente y negro café y caminaba al rededor de la habitación. Encendí un cigarro. Tenía meses que no fumaba. Aun conservaba un par para casos de emergencia y el sentir a María y no poder haberla visto era definitivamente un caso particular: logró despertarme muchas ansias y deseos que creía olvidados. Convencido de lo que su recuerdo me hacía sentir, abro el sobre para encontrarme con...

"Mi querido amante de algunas noches, mi buen amigo de tantas. Cada vez que intento venir a visitar la tumba de él, siempre estás tu. Parece que él quiere que nos cruzemos. Pero yo no puedo. No sé en realidad que pensar. Pues tu recuerdo me abruma cada noche pero también lo hace el recuerdo de sus manos, de su boca. Y yo misma me condeno, pues lo traicionamos más de una vez. Pero luego una parte de mí me calma. E a parte que me hace pensar en nuestros momentos...."

Paré de leer... María está viva! Esta bien! Y está pensando en mí!

Si bien he estado en varías relaciones amorosas, lo que María me hizo sentir todo el tiempo, incluso estando con él, fue algo que no pude encontrar en ninguna otra mujer. Y que estaba dispuesto a volver a sentir. Seguí la carta.

"...en esos momentos únicos en los q eramos libres en todo aspecto. Pero estoy muy asustada. Sé por que murió él. Y es algo q me gustaría hablarlo contigo, delante de él. Espero verte la próxima vez que vayas a visitarlo, seguro estaré yo también."

Entre la emoción que me desperto el hecho de saber que volvería a ver a María, pasé por alto lo asustada que estaba, o por que lo estaba, incluso ignoré eso de "... sé por que murió él."

Era un frío domingo, además de ser lluvioso. Decidí que era un día perfecto para irlo a visitar. Nos gustaban estos dias para juntarnos a crear cosas. Y el cementerio no está a mas de 3 cuadras de mi apartamento. De hecho, con mi telescopio puedo ver su tumba desde mi balcón. Paso por la florería de costumbre y compro las flores que más olor desprende. Me acuerdo de repente de la carta de María. Compro otro ramo, un poco mas colorido, para ella y nuestro encuentro.

Ahora recordaba el final de su carta. ¡Ella sabe el por qué de su muerte! Además, ¿como ha de saber cuando voy a visitarlo? Es cierto q nos conocía muy bien a ambos, a mí incluso más que a él. Ahora me encontraba sudando por la ansiedad en medio de una brisa helada. Mis pasos se hacian mas lentos y largos a la vez. El tiempo caminaba con pies de plomo. Y mi ansiedad crecía, compitiendo por la emoción que despertaba mirar a los ojos a María.

Entro al cementerio. Corro, sin saber por que, al encuentro de mi amigo, al encuentro de María, al encuentro de sus palabras y, quizá, de una verdad diferente, de una diferente realidad.

Jadeando y ansioso me detengo a cinco metros de mi destino, puedo oler frutas: ella está parada frente a su tumba, dándome la espalda, y el viento jugaba con su pelo, me traía su aroma. Me recompuse, agarré un poco de aire y caminé a su encuentro. Al encuentro de los tres.

Tuve que acelerar mi paso, María empieza a caer desplomada al piso. En mi desesperación por alcanzarla antes de que caiga de bruces suelto todo lo que tenia en mi mano, entre esas cosas su carta. Logré agarrar su cabeza antes de que golpeara al piso. Desesperado grito su nombre, golpeo su rostro, algo demacrado no se si por el tiempo o por cosas de la vida, y la muevo incesantemente... pero es inutil. No despierta. Y noto la ironía de la tragedia: María a muerto y la tengo en mis brazos, justo frente a la tumba de él. Veo en su tumba flores parecidas a las que yo
siempre traía... además de otra carta. No dude en guardarla. Y en llamar a las autoridades para contar lo acontecido.

De nuevo con mi taza de café, dando vueltas en mi estudio con la carta en mi escritorio. La ansiedad me está matando, ¿que dirá la carta? ¿sabía María que quiza no duraría para hablar conimgo? ¿tendrá que ver la muerte de él en todo?. Abro, dudando y temblando, el sobre de papel. Me encuentro con dos hojas, una escrita a mano en ambas caras, y otra que resulta ser los análisis de una reconocida clínica.

Leo primero sus letras... "Sabía que no era mucho el tiempo que me quedaba para poder realizar este encuentro, pero no pensé que fuera tan poco. Me hubiera gustado hacer y hablar tantas cosas contigo. Pero la muerte de él me transformó por completo. Lo hizo aún más al saber el por qué de su muerte. Fue dificil averiguar como murío, pero un amigo de él en la clínica logro conseguirme su autopsia. No fue un paro cardíaco la razón de su muerte. Él tenía sida. Creí que tu siempre lo habías sabido. Incluso mientras me hacías el amor a mí. Pensé incluso que tu también tenías sida y que ambos jugaban conmigo. ¡Llegue a pensar tantas cosas! Hasta que decidí venir a verlo y tu estabas aquí, contandole tus anécdotas y preguntándole que estarían haciendo si estuviera aquí. Eso me hizo comprender que no sabías nada de su muerte. Y me hizo sentir culpable por irme y dejarte solo en un momento como ese. Junto a esta carta estan mis analisis más recientes, tengo sida en estado muy avanzado y los médicos no me dan mas de dos semanas de vida. Espero que sea suficiente para acomodar y aclarar las cosas de mi vida y la nuestra. Te envió un beso. Perdón por no poder dartelo. Perdón por todo"

La carta me dejó frío.

Hacía ya 8 años q yo era cero-positivo, me contagié en un viaje a India, por joven e inocente. Tenía controlada a la enfermedad, o eso creía, y procuraba siempre estar protegido. Yo la contagié a ella. Ella lo contagió a él. Y la enfermedad supo como encontrarse con el destino para condenarme.

Pienso en ella. En su cuerpo inerte sobre mis brazos. Quiza no sea la única que ha muerto por estar contagiada, pero sin duda, la primera que muere tan cerca de mí y mi corazón. Pienso en él y en lo que hizo mi traición.

Pasó el tiempo. Yo seguía con el tratamiento. Y con mis aventuras. Escribiendo poemas a la muerte y adulando a la noche. Como siempre. Un día suena el intercomunicador de mi apartamento - ¿Señor? ¿Señor? ¿Es usted el amigo de él y de María? Tengo algo para usted. ¿Señor? - me preguntaba una voz femenina familiar. Quedé paralizado. Tenía mi dirección ¿porque nunca se acercó?. Me calzo mis sandalias, ya el calor del verano está a tope, y me remito a recibir el paquete sin mucho entusiasmo.

Reconozco a la hermana de María al abrir la puerta del ascensor. Con un bebé en sus brazos. Aún no entiendo bien que es lo que sucede. Me apresuro a abrirle. Mientras abro la puerta, ella me regala media sonrisa y me pregunta si puede subir, que le gustaría hablarme. Sin titubear pasó y me esperó en el ascensor.

- Es tu hijo... y el de María - me dice - tiene ya seis meses, yo lo estoy cuidando ya hace algún tiempo, desde que María vino a tu encuentro. Quería venir sola. A hablar contigo de algo que tenían en común, aparte de esta criatura.

Estoy mudo. No se que decir. ¿Porque no había dicho nada antes?

- Eh... María... - balbuceo.

- Sí, está muerta, lo sé. Me dijo que no iba a durar mucho. Y me dijo q apenas me enterara de su muerte, te trajera a tu hijo. Que tu entenderías y que lo ayudarías a crecer.

Mi hijo. Por Dios. ¡Tengo un hijo! ¿tendrá la enfermedad también? Deje de distraerme, le agradecí su visita y la acompañe abajo; tenía mucho que pensar y mucho que hacer con mi hijo.

Lo miré. De pies a cabeza. Es parecido a mí, con cierto aire a él. Tiene el pelo
de ella. Decido llamarlo igual que él. Más como ofrenda de perdón que como homenaje. Como un recuerdo vivo y hermoso de su vida y la mía y la de María. Y aparté la cita con el doctor para hacerle los examenes correspondientes.

Ese día, con él en mis piernas, sentados en la oficina del doctor, la ansiedad no solo me hace sudar si no también temblar. Espero que no tenga la enfermedad, que María se haya dado cuenta durante el embarazo y haya podido cuidar de nuestro hijo.

- Muy bien, Señor - escucho que entra el doctor - tengo una noticia muy buena que darle, ¡el bebe está perfectamente sano! - salte de alegría - puede decirle a sus padres que no deben preocuparse...

- Disculpe doctor... ¿sus padres? creí que yo...

- Oh, lo siento, pase por alto esos resultado. Si, el no comparte tu ADN, ¿es de algún relativo lejano?

Casi inerte, como el cuerpo de María en mis brazos, veía como nuestra historia, la historia de tres que se amaban y lo sabían, se veía materializada en el niño que tenía en mi regazo. Es el hijo de él y de María. Y ella lo sabía. Ella sabía todo. Quizá él también lo sabía.

- Sí - le digo al doctor - es mi único sobrino, el hijo de mi mejor amigo...

Mientras pierdo mi mirada en su pelo negro.

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Final de cuento corto - Nosotros y María -

Mi Cama

Una cama compuesta por el somier y un colchón en buen estado era lo único que se podía ver en esa, mi pieza de paredes y luces blancas. Y solo mi cama. Tengo que mudarme pronto. Y no necesitaré más mi cama. Decidí deshacerme de ella para no hacerme bulto en la mudanza. Como voy a extrañar a esa cama. Tantas historias que ella en sus hilos, resortes y telas se lleva.

Se la ofrezco a una amiga, una querida amiga que alguna vez supo compartir plenamente mi cama, conmigo. Contenta la acepta (me dice que una cama extra siempre debería ser bienvenida, que nunca se sabe cuando llegue gente necesitando una). La veo con ganas de irse. Me ve con ganas de quedarse. Le invito un café para estirar el tiempo de su compañía y la de mi cama. Como tiene por costumbre mientras toma el café, sentada en mi amada cama, abre el periódico para darse cuenta de... ¡QUE ESTOY VENDIENDO MI CAMA!

Entre su indignación y los agradecimientos, por haberle ofrecido llevarse la única posesión realmente mía en mi vida, me mira atentamente y con recelo y mucha astucia me ofrece la cantidad que estipule en ese anuncio del diario. Le digo q se la regalo, Que es suya. Me dice que no le hace falta un regalo. Le digo que la lleve como recuerdo de nuestros encuentros... que dentro de poco me voy lejos.

La vi con ganas de quedarse. Me vio con ganas de que se quedara. No se que pasó por su mente en ese instante que arrancó ese aviso clasificado y me compró al fin la cama.

Y se fue, dejando mi cuarto solo conmigo y el blanco, que ahora se me antojaba más pálido, de las paredes...

...Ya no lo siento mi cuarto. Le hace falta mi cama. Y todos esos recuerdos que pintaban las paredes y atenuaban las palabras. Menos mal que en un par de horas me mudo.