domingo, 4 de julio de 2010

Abuela Sapiencia

Sentada bajo el frondoso árbol de mango que daba sombra a casi la mitad del amplo patio, estaba la abuela entreteniendo sus manos y sus dedos entre hilos y agujas de coser. Sonreía ligeramente, como siempre, como si una paz interior fluyera y regalara esencia sin encontrarse obstáculo alguno. El vaivén d su silla, casi al ritmo de su disco favorito de bossa nova, entretenía a Sofía, su nieta mas joven, quien sonreía al ver a su abuela meciéndose y tejiendo.

No era muy vieja Sapiencia y estaba muy bien conservada. Era una anciana curiosa, atenta, sabia y paciente. Su vida desde joven estuvo marcada por viajes y esos viajes por anécdotas y aprendizajes.

- ¿Que tejes esta vez, Abue Sapi? - le pregunta la nena, curiosa.

- ¡Ah, Sofi! Estoy tejiendo un lindo gorrito, para que cuando te lo pongas en la cabeza, cuide tus ideas para que no se escapen y además, para protegerte del frío.

- ¡Algo para mí!

- Claro, mi amor, es tu turno, ya la semana pasada le tejí a Remo una bufanda.

- ¿Y para que?

- ¡Para que su cuello pueda sostener su cabeza!

Ambas estallaron en risas. Siempre habían tenido una buena relación.

Sofía, de apenas 12 años, veía en su abuela no solo a su segunda madre, sino también a una amiga que aparte de saberlo todo y dar los mejores consejos, hacía los postres más ricos del mundo. Sofi es hija de la hija más joven de Sapiencia, quien se pasaba la mayor parte del tiempo viajando que alrededor de la familia. No conocía a su padre, aunque su abuela le contaba muchos cuentos de él y le daba la confianza suficiente para creer que estaba vivo. "Es mejor crecer con esperanza que vivir triste y decepcionada", era lo que Sapiencia siempre pensaba cuando le contaba historias, aunque no sabía si el padre de Sofi vivía o no. Sin embargo Sofia no le prestaba mucha atención a eso: su abuela era su todo.

La tarde transcurría entre risas y bossa nova, entre cuentos y preguntas, entre dimes y diretes. La brisa ya fría del atardecer hacía temblar a Sofia, que no era capaz de moverse y dejar a su abuela sola un momento, disfrutaba más de su compañía que la de niños y niñas de su edad. Y esto, si bien preocupaba un poco a Sapiencia, hacía bastante feliz a su rutina.

- Bueno, entremos. Ya se esta poniendo el sol y la noche por lo visto será fría.

- Esta bien, abuela.

- ¿Quieres un te, Sofi? Ahí me quedaron de esas galletitas que tanto te gustan.

- ¡Quiero las galletas! El te lo puedes tomar tu.

Sapiencia sonrió. Le encantaba la seguridad de Sofia para hablar y para ser ella misma. Le recordaba a sí misma, muchos años atrás.

- ¡Remo! - gritó Sofi entusiasmada.

- Hola enana - le contesta Remo con cariño - veo que te estás acabando todas esas galletas y yo no he probado ni una.

- Bueno toma, es la última - mientras le pasaba la galleta que ya había empezado a comerse.

- Hola, Sapiencia. - dijo Remo algo seco.

- Hola Remo, ¿buen día en el trabajo?

- Como todos los días, abuela.

Remo, que le llevaba 5 años a Sofia, era también nieto de Sapiencia, hijo del primer hijo de esta, quien murió en un accidente junto con la mamá de Remo hace algún tiempo. Sapiencia se encargó de sus cuidados y de darle un techo. Él se encargaba de construirse la vida que se le derrumbó junto con la muerte de sus padres. Era obstinado y algo terco, dejó los estudios para ponerse a trabajar y ayudar a Sapiencia poco tiempo después de que ella lo acogiera. Veía a Sofia como su hermana menor. La cuidaba y protegía como tal. Quería a su abuela, sin embargo, sentía un poco de recelo para con ella pues para él, había tomado la muerte de su padre (el primogénito de Sapiencia), ella que en varios momentos y con palabras certeras supo frenar su ímpetu y hormonas adolescentes como si de su madre o padre se tratara. Si no fuera por su abuela, Remo no sabía que hubiera sido de su vida y en parte por esto le estaría eternamente agradecido.

- Ven, Remo, tomate un te. Relájate un poco y piensa en otra cosa aparte de tu trabajo que se nota te está comiendo por dentro.

Remo se tensó. Es como si la abuela pudiera leer su estado.

- Me despidieron, Sapiencia. - le dice resignado.

- ¡Era hora! No se como te aguanto tanto Marcelo en su taller.

- No te pongas con tus comentarios ahora que no estoy para escuchar tonterías.

- Pero si sabes que tengo toda la razón. Además te he dicho mas de una vez que no es necesario que trabajes, que con mi pensión y la ayuda de sus tios podemos vivir bien al menos hasta que me muera.

- ¡Primero moriré yo! - exclamó Remo, soltando una carcajada después.

- ¡NADIE SE VA A MORIR! - refunfuñó Sofia - Nadie más se va a morir. ¿Estamos tan bien vivos que para que vamos a morirnos? - Sofía conocía no tanto a la muerte, más si las ausencias.

- Todos se mueren, Sofia.

- ¡No! - argumentó Sapiencia - Mueren aquellos que deciden no vivir más, ni en nuestras mentes ni en nuestros corazones. No hace falta verte para sentirte, Remo. Así como tampoco me hace falta ver a tu padre, o a tu madre, Sofí. Fueron y serán siempre mios, siempre estarán conmigo.

- Da igual. - dijo Remo.

Las palabras de Sapiencia no solo calmaron a Remo, también sacaron una sonrisa del rostro de Sofia, quien corría para sentarse en las piernas de Remo mientras este tomaba el te.

- Tu no te vas a morir, ¿verdad Remo?

- Al menos espero que no en tu recuerdo, Sofi.

Sapiencia sonrió complacida.

Sofia también y dándole un beso a Remo se fue corriendo a los brazos de su abuela.

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Cuento corto Abuela Sapiencia 1. (Serie "PazCiencia")

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