domingo, 11 de julio de 2010

Fría Noche de Invierno

- ¿Te vas?

Le pregunto sorprendido buscando en su mirada quizás la respuesta que su boca no podía darme. Me miraba sin embargo con dulzura, con esos hermosos ojos verdes, a veces amarillos, y su boca me sonreía tratando de calmarme.

- Sabías de antemano que no podía quedarme.

Fue lo último que escuché decirle.

Y lo sabía. La noche anterior nos prometimos que no importara lo que sucediera esa noche, nada cambiaría nuestra relación, o el empezar de esta. Fue una extraña noche llena de alcohol, confesiones, sexo, humos, llantos y risas.

Comenzó en la barra de ese bar, dos completos desconocidos encontrados una por caprichos del universo en la concurrida barra de un bar de la ciudad. Ella, solitaria
en la barra, con un trago en la mano que ya aparentaban unos cuantos, vestida ropa de diseñador y cubierta por un perfume exquisito, su ondulado pelo marrón cubría el maquillaje arruinado por las lagrimas, que ya no quería disimular. Yo, por otra parte, tomaba lo de costumbre y no podía dejar de intrigarme esa mujer de tragos fuertes y lágrimas amargas.

Afuera, la noche fría y callada pinta un panorama triste: los arboles están desnudos a merced de la brisa y su frío, la poca gente que transita por las calles, abrigadas de pies a cabeza, solo quiere llegar rápido a un refugio para encontrar calor, las parejas caminan abrazadas, hasta los gatos estas guardados. La luna en menguantes, ayudada por las estrellas y los postes de luz de la ciudad le dan un tono amarillo pálido a las calles y solo el verde del semáforo da un matiz diferente a las solitarias esquinas.

Luego de mi tercer trago me armo de valor y de astucia; no sé si era ambas lo que necesitaba; y decidí enfrentar algunos temores, nunca fuí bueno en eso de abordar al sexo opuesto, y sacar una sonrisa de ese rostro que desde lejos ya se me antojaba hermoso.

- Hola... disculpa mi abuso y todo lo demás, pero no pude evitar notar que por más que lo intente mis ojos no se apartan de ti. Quizá sea la forma como juegas con tu pelo mientras bebes de tu copa, o tal vez la intriga que me causan esas lágrimas en ese rostro... pero estoy seguro, bella dama, que esas lagrimas pueden ser de felicidad o de tristeza, pero definitivamente sí de una gran experiencia... ¿me permite invitarle una copa mientras le ofrezco además mis oídos?

Ni siquiera se volvió a verme. Quizás fue demasiado rebuscado mi abordaje. Saco un cigarrillo. Le ofrecí fuego. Se secó las lagrimas de sus ojos. Terminó su trago y se levantó.

- Voy al tocador. Pídeme un martini doble, sin aceitunas.

Con una sonrisa y aun intrigado, pido dos de esos martinis y me dispuse a esperarla preparando mentalmente las preguntas que podía hacerle y preparándome, también, para la respuesta que podía darme.

- Bueno, ¿quieres que te cuente mi experiencia o prefieres hablar de otra cosa? - me dijo, casi encrespandome.

- Prefiero que hablemos de ti, me intrigas y te me antojas atractiva. Quiero saber que hay detrás de esa ropa de marca.

- ¡Ah! Pero eres todo un don juan. Siempre sabes que decir, ¿no?

- Mmmm, es un problema quizá mi falta de tacto.... - le dije, retándola.

Se tomo el trago de una sola vez, recojio sus cosas y se fue. No me dispuse a perseguirla, no fue una situación agradable, sin embargo, yo quede sonriendo viendo como ella se marchaba algo indignada pero sonriente, al cerrar la puerta me miro y por la comisura de la boca supo escaparsele un suspiro.

Corrí a la puerta tratando de alcanzarla.

- ¿Te volveré a ver?

- Depende que tan seguido vengas.

- ¿La próxima semana? ¿el mismo día?

- ¡Trata de no esperarme!

Mientras el taxi que tomaba ya se iba perdiendo en la larga calle.

No hice más que pensar en ella el resto de la noche y a la mañana siguiente. Ya no era tanto la intriga lo que me hacía desearla, sino esa actitud, ese cambió radical en sus volátiles sentimientos, esa esencia de mujer que se podía respirar a flor de piel.

Pasamos así varias semanas. Viéndonos en ese pequeño y oscuro bar un día o dos. Contando la historia de nuestras vidas y canalizando una atracción mutua con cada risa y cada trago.

- ¡Te deseo! - le dije una noche - ¡Y asi como es casi obvio que te deseo, también lo es que tu me deseas a mí! Deseo cada rincón de tu piel, cada recoveco de tu cuerpo, cada beso de tu boca, cada caricia de tus manos..

- ¡No digas más!

Y se levantó, tratando de salir del bar.

En esta ocasión si la perseguí.

- ¿Que te sucede? Lo siento! No pensé que..

- No no... discúlpame tu a mí... he tenido que decirte algo hace ya tiempo.

- Bueno que esperas, termina de decírmelo...

- Yo... ¡estoy casada! si, estoy casada, tengo 2 hijos y ... - siguió hablando, pero en el "estoy casada" mi mente prácticamente se apagó y mi corazón fue el que empez´a funcionar y a hablar por mí.

- No digas mas nada... shhhh... no digas más... no me importa más nada.

- ¿Pero no escuchaste lo que te acabo de decir? Si alguien conocido se llega a enterar... -

- ¡Shhhhh no digas mas! No me importa nada. Por ti yo siento cosas muy fuertes que no voy a dejar de sentir por daños a terceros.

- ¡No entiendes!

Y se soltó, logrando salir del bar y huir de mi lado. Y tenía razón, realmente no entendía. Estaba dispuesto a todo por ella y sabía que esos sentimientos eran recíprocos y podían seguir creciendo. No iba a dejar pasar esa oportunidad por extraña que fuera la situación.

Estuve volviendo al bar todas las noches durante semanas. Pero ella no aparecía. En nuestras tantas conversaciones nunca nos dimos nombres, ni teléfonos, ni correos, nada, solo nuestras personalidades y almas desenvueltas en su estado mas puro y natural.

Una noche, incluso más fría que esa noche que nos conocimos, la veo entrar al bar, esta vez acompañada de un hombre bastante mayor que ella, su esposo supuse, que ostentaba dos grandes guardaespaldas. Me ve y voltea la mirada, la veo y no puedo sacarle los ojos de encima. Se sientan en una mesa algo lejos de mi sitio en la barra, pero en el lugar perfecto para que mis ojos puedan verla sin que su esposo y sus amigos se den cuenta de mi mirada carnívora. Pasaron toda la velada discutiendo, hasta que una llamada en su celular logro hacer que se olvidara de ella para irse del bar y enfocarse en otra cosa. Ella quedo sola, llorando, tomando el mismo trago que aquella noche. Entiendo que esa pudo haber sido la situación que hizo que estuviera ahí aquel instante, aquella noche.

Me acerco a su mesa, con dos maritinis sin aceitunas, le doy una copa a ella y le me tomo la libertad de sentarme a su lado. Corro mi brazo pos su cintura, la atraigo hacia mí y sin decir ninguna palabra lentamente nos fuimos fundiendo en un largo y profundo beso.

Esa noche fue nuestra primera noche juntos. Fue nuestra única noche juntos. Nunca más la volví a ver. Comencé a frecuentar el bar mucho más seguido, a ver si la encontraba por casualidad.

Días más tarde, en ese bar, leyendo el diario mientras tomaba un café, el mozo me comenta como quien no quiere la cosa:

-¿En serio no sabia quien era esa mujer?

- La verdad a veces no sé ni quien soy yo. - Le respondo, algo confundido y prevenido por el comentario.

- Pues, era Anabel, la amante del comisario... ella.

Y me acerco una pagina del diario, de pocos dias, con la foto de Anabel y abajo una leyenda más bien ordinaria:

"Descansa en Paz"

Solo eso bastó para sentir el recuerdo de su piel aun intacto en mi dedos mientras mi mente la buscaba, como no queriendo aceptar la condena de mi soledad y la culpa de su mala suerte.

- Yo que usted, me voy lo antes posible.

Era lo único que retumbaba en mi aturdido regreso a casa.

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